Las paredes de
mi mundo están
selladas de
anaqueles,
sueño Buenos
Aires
como ciudad llena
de fantasmas.
El tejuelo de
libros empolvados
añora índices
que
le saquen de
su ostracismo secular.
El amor es
castigado en los cafés
y tan solo los
fuegos de San Telmo
castran las esperanzas
ahogadas
en una ciénaga
pestilente.
Añoro la bahía
donde desde mi
exilio,
volvía cada
tarde.
El tango es
una ceremonia seria,
escuchar a
Gardel con mi frente
apoyada en tu
frente, es la antesala
de una
coreografía improvisada,
de adivinación
y de suspense.
Una danza que
nace en un burdel
merece coronar
los altares de
una doctrina
laica
nacida del
pueblo,
vagada por el arrabal.
La luz cae
desangrada
entre las
hojas de los árboles
y mis dolores
se amortiguan, al abrirse
la puerta del
paraíso vespertino
en consonancia
con el deseo
de retoñar al
alba tras consumirme
en el
desenfreno de tus muslos,
cadencia
arrítmica
a la que me
sometes.
Y soy
inconsciente de mi reflejo
en el río de
la Plata
en turbia
sombra
que baila mis pasiones
y mis deseos
alicortados.
Me atenazo
bajo gélidas aguas
que derriten
tu particular infierno.
Y gozo en mi
ocaso decadente.