miércoles, 25 de abril de 2012

Carocho (II)

     Carocho era un personaje singular. Vestía en invierno un capot atado a la cintura con un cordel, y tenía costumbres muy raras.
     Creía en los espíritus. Si veía un gato abandonado se lo llevaba a su casa porque veía en él el espíritu reencarnado de su padre. Esto a los niños de mi infancia, nos daba mucho juego. Nos acercábamos a él y le preguntábamos por los espíritus. Él nunca contestaba, como mucho a la pregunta de si existían, él dando una cabezada, asentía.
     La fama que tenía de agarrat se la ganó a pulso. Siempre se acercaba al mercado dominical cuando los mercaderes estaban recogiendo. En sacos arreplegaba todo lo que tiraban y dejaban abandonado en el suelo. Luego seleccionaba lo útil para él, y el resto para darle de comer a su mula. Se llegó a decir que en momentos de escasez le daba de comer cartones mojados y que la mula tenía uns retorsillons, de no te menees. De la plaza se llevaba hasta los troncos de los plátanos, y nosotros imaginábamos que se los daba bollits a la mula, que estaría tan enjuta como Rocinante.
    Carocho se vanagloriaba de comer de todo. Sólo reconocía que no había podido con la paja, que se le atascaba.
     Su vida solitaria desde la muerte de su mujer, Remedios, le sumió en un abandono a pesar de contar con dinero. Pero murió sólo, con penurias y en compañía de sus espítirus pasó a mejor vida, porque esta era ya muy fatigosa para él.

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