jueves, 12 de abril de 2012

Luto

     A vueltas del domingo de Resurrección, me viene al recuerdo una escena que presencié en la España profunda y solitaria hace unos años. Fue en Tera, una pedanía de Almarza, un pueblecito de Soria, pero que tiene su título nobiliario: el marqués de Tera que sobrevive actualmente de la venta de terrenos urbanizables de su propiedad. Pero con conocimiento, vende una parcela o dos al año, así le dura más y no contribuye a hinchar la burbuja inmobiliaria.
     Llamo España profunda y solitaria a aquellos pueblos abandonados de aquellas provincias abandonadas en las que se pueden presenciarse escenas y actitudes berlanguianas, dignas de salir en películas donde mujeres enlutadas y hombres con pantalones de pana apedazados serían los protagonistas. Y esta que voy a contar sería una patética escena para filmar.
     Tera no contará con veinte habitantes. Imaginad una procesión con el cura, un monaguillo con más de ochenta años, las cuatro mujeres más jóvenes portando las andas de su "maredeDéu", vestida con el mismo manto del día de la posguerra que la incorporaron a su hornacina de una iglesia tan austera como ella. Un cuarteto de vecinos octogenarios alumbrando la procesión sin una nota de música, por supuesto.
     La tradición marca que algún/a vecino/a del pueblo tiene que ganar la subasta para quitarle el luto a María al encontrase con su hijo resucitado.
     Llegado el momento el cura con el monaguillo espera con una sencilla custodia, sin palio porque no hay portadores, en una pequeña plaza. Las mujeres siguen la procesión para rodear el pueblo por calles y ejidos y regresar a la plazuela para realizar el encuentro.
     Unos curiosos turistas, nosotros, contemplamos la escena como público.
     El cura pregunta al viento: ¿Quién le quita el luto a María? Y espera la subasta del acto religioso más relevante y con más tradición de Tera. Una portadora de las andas, dice con un hilo de voz: Yo doy veinte euros. Y cuando parece que es la única de la puja, sale la más viejita del lugar, que además cuida de la iglesia toda su vida y apostilla: Yo, cincuenta euros. Y el cura, como si supiera el final de la historia, adjudica a la santera el privilegio. Se acerca a la imagen y desde detrás le retira un velo negro que le cubre corona y cabeza. La procesión vuelve a la iglesia y se acaba la Semana Santa.
    Si al regresar al templo el cura no le cobra la subasta a la viejita, eso no lo supe, pero la escena me conmovió al pensar que en un lustro quizá aquella tradición se perdería porque o la viejita no viviría ya, o porque ni cuatro mujeres habría para portar las andas. Toda la provincia de Soria no supera en habitantes a nuestra comarca del Vinalopó.

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