El senyoret Tornillo tenía fama de inventárselas al vuelo. Contaba sus trolas en la barbería y/o allí donde hubiera un par de vecinos, que respetando su alcurnia, daban crédito a todo lo que decía, aunque fuera la burrada más inverosímil del mundo. Como mucho se atrevían a decir para expresar su duda : - Si, senyoret?
Pues estando un día la barbería atestada de parroquianos y con un forastero en el sillón afeitándose, contó esta serie que pasará a los anales de la historia pinosera.
- Como sabéis yo tengo la costumbre de cargar mis cartuchos para cazar. (Todos cabeceaban un si) Y tengo la manía de contar los perdigones que le pongo a cada cartucho, veintiuno. (Asentimiento general). Es una manía como otra. Yo pongo veintiuno, cierro el cartucho y a la canana.
Pues salí con la escopeta la otra tarde para ver si veía algo volar, y cuando me di cuenta, solo llevaba un cartucho. Seguí adelante. Me voló una bandada de perdices y las conté (una, dos, tres... veintiuna). Todas iban en agrupamiento menos una que, alicortada, volaba rezagada. Me apunte al centro de la bandada, disparé, y cuando calculé que estaba saliendo el último perdigón, arqueé la escopeta y las maté todas.
- Si, senyoret? (le dijo un presente, con la barbilla apoyada en el garrote)
- Las veintiuna en un cartucho, las llevé a casa y la mujer las preparó para guardarlas en una "gerreta amb oli". Allí están todas, para ir comiéndolas.
El forastero no daba crédito. Ni al relato, ni al relator, ni a los receptores, que consideró más de pueblo que San Isidro Labrador.
Pero ahí no acabó la velada. Tornillo con público se crecía y siguió largando... (lo cuento en una próxima entrada)
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