jueves, 16 de junio de 2011

LA CALUMNIADORA (VI)

     Vi la oportunidad de ganar una buena cantidad de dinero y no vacilé un segundo. A la salida de la misa de domingo escuché una conversación en la que una de las personas con más renombre del pueblo se quejaba del infortunio de no poseer cierta cantidad para levantar un embargo sobre unas tierras que un antepasado le dejaba en legado.
     O conseguía el dinero en unos meses o perdía la donación. Decía que no quería caer el la usura del judío prestamista por no tener que devolver con creces lo prestado. "Si me presta Simeón me cuesta el doble el embargo".
     No lo dudé, me metí de lleno y sin permiso en la conversación y le solté si encomendarme a Santa María: "si me da un mes, yo le consigo esa cantidad y solo tendrá que pagar intereses al veinte por ciento en cómodos plazos".
     Román Artigas aceptó el trato, con la condición de que tuviera el dinero en su poder en un mes, a lo sumo. Así quedamos.
     Cuando entré en mi casa, reflexioné sobre lo estúpida que llego a ser. ¿Cómo iba a conseguir esa cantidad de dinero en ese tiempo? Ahora, como la consiguiese, podría vivir de las rentas diez años, el plazo máximo que pensaba conceder para la devolución.
     Dile vueltas a la cabeza y tomar prestado al diez por ciento para a su vez prestarlo al veinte no era plan. ¿Dónde conseguir un bobo que me prestase al diez por ciento?, me dije. Entonces, ¿de dónde?, ¿cómo?
     Me fui a la cama pensando que mañana sería otro día y en el lecho tuve sueños de aventuras imposibles, de quimeras inalcanzables, de utopías inverosímiles. Pero me desperté con espíritu aventurero, y no empapada como era casi normal, por mi inclinación natural a los sueños húmedos.
     Decidí que la forma de salir del enredo en que me había metido, era juntándome a una partida de bandidos que merodeaban las sierras vecinas y con seguir un botín suficiente para el préstamo.
     Me vestí de hombre: pantalones, botas, camisa, chaleco, pelliza... Cogí el cuchillo grande de la cocina, sería mi arma. Llené el zurrón de pan, chorizos, queso, me colgué un pequeño odre con vino y me adentré en el bosque, cuando los gallos aún cantaban maitines.
     No había descolgado la tarde cuando había caído prisionera de la partida del "Destripacabras" y con los ojos vendados, me condujeron a la cueva donde tenían el cuartel.
     La cena corrió por mi cuenta, ya lo había presumido cuando cargué las viandas. Ni quedó nada en el zurrón, ni gota en el escurrido odre. Unos cuantos eruptos dieron colofón al ágape. El jefe quiso que la fiesta continuara y comunicó que se retiraba a yacer conmigo. Me opuse rotundamente, me negué con toda mi energía. Esa era una postura egoísta, no sólo con el jefe, yo quería tirarme a toda la partida. Mi decisión se aprobó por unanimidad.
     Uno por uno fueron montándome, algunos yo a horcajadas para descansar mis muslos de los embates de aquellos asaltacaminos. En menos de una hora les había dejado el arma desatascada, el alma limpia. La que acabé atascada fui yo, era un bebedero de patos.
     Cuando a la mañana siguiente pedí ser parte de la partida, nadie puso objeción, el beneplácito fue unánime con una sonrisa dibujada en sus barbudos rostros. (...)  CONTINUARÁ ....

No hay comentarios:

Publicar un comentario