lunes, 27 de junio de 2011

Quitet

     Mi padre tenía un humor muy especial. Era una mezcla de humor socarrón, irónico, con toques de absurdo, pero con una vis cómica excelente. Era hijo de Quito, el "Sacristà" y nieto de la tía "Loriana", sus antecedentes hereditarios de esa gracia que a mi me gustaba tanto.
     De él podría estar hablando y escribiendo horas y horas, pero en esta primera entrada sobre mi padre, relataré una de las anécdotas que a mi me hicieron más gracia de él.
    Mi padre trabajada por la mañana en el Ayuntamiento y por la tarde en "l'Asens". Acababa su jornada en casa, en Teléfonos, atendiendo el cuadro telefónico, haciendo recibos...
    Pues resulta que el el sindicato agrícola (l'Asens), trabajaban también Payá y Remedieta la de "l'estudiant". Se gestionaban las cotizaciones de los agricultores, los "puntos", se pagaba el "sello", y esto se hacía por la tarde cuando iba mi padre. Resultó que una orden de arriba abrió el horario para que los agricultores pudieran gestionar por la mañana, y Payá y Remedieta no se aclaraban con lo que había estado haciendo mi padre muchos años. Eran continuas las llamadas al Ayuntamiento: Quitet, vine! No había acabado de volver de allí, cuando otra llamada le solicitaba. Se pasaba la mañana del Ayuntamiento a l'Asens, menos mal que estaban a diez metros un edificio de otro.
     Pues el secretario del Ayuntamiento, Andrés Rivadulla -ja parlarem d'ell- estaba localizando a mi padre para un asunto y no daba con él porque era una senda la que hacía tanto ir y venir. Una vez que llega al Ayuntamiento, le dice el secretario: Quito, van a salir unas plazas para el Ayuntamiento, si usted quiere presentarse..., lo digo porque a veces lo veo por aquí y he pensado que le puede interesar.
    Mi padre no daba crédito a lo que decía el lorquino, él era funcionario de carrera desde que se casó y ese humor indirecto de Rivadulla no hacía mella en él. Como que no respondía, el secretario le pregunta: ¿Entonces, que va a hacer usted?
    Y mi padre sacó en ese momento la vena de su humor tan especial y le soltó sin más, dejándolo boquiabierto: Verá, don Andrés, es que yo soy sietemesino.
    La conversación acabó con una expresión típica murciana por parte del secretario: ¡Piiiiiiiijo!

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