miércoles, 7 de septiembre de 2011

LA CALUMNIADORA (VII)

     Mi primera intervención fue conseguir alimentos para una semana, esa consigna me dieron. Yo, con la compañía de un burro debía regresar con las alforjas llenas. Me pareció uin trabajo ingrato, de mesonera que va al mercado a comprar, solo que sin dinero.
     Me compuse un plan: sembraría la sierra de lazos para al regreso recoger las piezas y cocinarlas a fuego lento con alguno de mis guisos. En algún huerta haría acopio de verduras. Solo utilizaría la violencia para coseguir hogazas de pan y un par de odres de vino. Así lo hice.
     Atisbé el huerto sembrado de coles, habas, zanahorias y algunas frutas, pero pasé de largo para asaltar primero la tahona y luego la bodega. Con el pan y el vino cargué las verduras y recogí de los lazos dos conejos y un jabalí, que tuve que rematar con el cuchillo, porque su agonía le había convertido en una bestia y peligraba mi integridad.
     Llegué reventada porque toda la subida la hice a pie. El pollino no soportaba en sus lomos una libra más.
     Cuando acabaron de descargar las viandas, todos y cada uno descargaron conmigo, sin darme tregua a beber un trago de agua. Leche toda la que quise, a pesar del olor a humanidad que traía del viaje.
     A media noche, después de cenar, me retiré a un calderón a lavarme y refrescar mis reales escocidas tras nueve asaltos sin interrupción. Nueve era la dosis que me tocaba ingerir cada vez que se desfogaban.
     Antes de que me vieran como el pozo de los deseos, me decidí a plantearles el asalto que me proveería del capital suficiente para la operación crediticia prometida. Sería a la mañana siguiente. (...) CONTINUARÁ...

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