lunes, 23 de enero de 2012

LA CALUMNIADORA (VIII)

     Había quedado con ellos que al despuntar el sol, les haría una proposición. Allí estaban todos, alrededor de los rescoldos de la hoguera de la noche anterior. Uno de ellos trajo ramas para avivar el fuego.
     Ocupé un lugar encima del risco que hacía de rasero al fuego. Solo iba cubierta con una manta y al sentarme me las compuse para que mi conejo estuviera a tiro de las miradas de ellos. Tenía la aceptación a mi plan garantizada.
     Les conté que necesitaba un dinero urgente para deshacer un entuerto. Esa operación me iba a dar sosiego para diez años de mi puteada vida. A cambio de su ayuda les prometí tenerles complacidos cada vez que me visitaran. Todos absortos, asintieron.
     El "Destripacabras" me preguntó de qué cantidad estábamos hablando. La mayor que podamos conseguir en cien leguas a la redonda, le contesté. La partida de bandoleros fue unánime: La hacienda del señorito Andrés "el Chupón". En días recibiría una diigencia con el dinero para pagar a los braceros que estaban recogiendo la cosecha de este años, la más abundante del último lustro.
     Planeamos el asalto y no fue dífícil. En el recodo del camino, donde el olmo, el carruaje necesariamente debía reducir la velocidad hasta casi pararse. El "Monjo" se dejaría caer al pescante, mientras en resto, aprovechando la confusión, reduciría a los arcabuceros que escoltaban el dinero.
     Se hicieron con la saca a cambio de un navajazo en el costado al "Monjo", que le atestó el cochero antes de rodar por tierra por mor de un mamporro. El "Destipacabras" vió como media barba suya quedaba rala de los restos de pólvora que le salpicaron de un trabucazo de un arcabucero.
     Al regreso contamos lo robado, les dejé una cantidad para que lo celebraran con vino a mi despedida, les hice un servicio de despedida a cada uno, y a la mañana siguiente partí de regreso a casa.
     Presté a Ramón Artigas lo que necesitaba para levantar el embargo y firmé la devolución en diez años.
     Me saqué todas las ropas que olían a macho cabrío, llené una tina de agua caliente y allí estuve sacándome la humanidad que había almacenado en mi excursión a la partida de bandoleros.   

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