lunes, 16 de mayo de 2011

LA CALUMNIADORA (V)

     Llegó un recaudador de impuestos al pueblo, que exigía más de lo acordado con el duque, alegando no se qué ley que traía escrita en un legajo firmado por el mismísimo rey, según decía. Ni el Justicia tuvo acceso ante lo supuestamente escrito y ante la queja unánime de los vecinos, se sirvió de mis argucias para intentar desterrar al sableador.
     Me encomendó ideara una artimaña para que los alguaciles detuvieran al enviado por la Hacienda Pública.
     Acicaleme de tal guisa que mi jubón dejaba ver parte de mis tetas y su canalillo y de tal guisa me hice la encontradiza con el recaudador. Quedó prendado de mi belleza y me lanzó al momento requiebros, interesándose por mi soltería y mi predisposición a una cópula, a cambio del favor estaría eximida de pagar los diezmos.
     Yo, haciéndome la remilgada, le invité a la tarde a mi casa. Le expliqué que era la que tenía un huerto pequeño a la entrada, al final de la calle, y que no había duda, había una higuera cuyos higos estaban en sazón. Después de la siesta dijo que se llegaría y a esa hora quedé con los alguaciles para que merodearan mi humilde morada. Les hice saber que en la trama estaba el Justicia.
     Me hice el jubón a jirones, me rompí los bajos de la enagua, me quité las bragas y me encaramé a la higuera incorporando mi negro higo al resto de fruta madura.
     En esto que llegó el recaudador, abrió la portezuela de la valla que daba paso al huerto y una vez dentro, violado el domicilio particular, a los gritos de ¡Socorro! ¡Que abusan de mi! ¡Que me violan! aparecieron los alguaciles, apostados en la esquina.
     Detuvieron al recaudador, le maniataron, solicité que me ayudaran a bajar para así enseñarle al detenido y a sus guardias la fruta que no se iba a comer esta vez. Me saqué toda la ropa hecha jirones y en pelotas me introduje en mi casa, toda ufana.
     El Justicia lanzó un edicto desterrando al pardillo y así se libró el pueblo del saqueo al que le quería someter.

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