jueves, 15 de marzo de 2012

LA CALUMNIADORA (X)

    A las prostitutas se les obligaba a llevar en las vestiduras un trozo de tela en forma de pico de color marrón o pardo para distinguirlas. Irse de picos pardos era ir de putas. Cuento esto a colación de una aventura que me aconteció provocada por la infamia del deán de la catedral.
     Me enteré del abuso a que tenía sometida a las feligresas que para redimir sus pecados, después de pasar por el confesionario, habían de pasar por la cama del ilustre presbítero.
     Me dirigí a la capital con el propósito de ponerme al servicio de mosén Arturo, que así se llamaba el santo varón. Desde dentro, urdiría la venganza con una de mis calumnias.
     No fue difícil conseguir entrar al servicio de mosén. Tenía una sirvienta vieja a la que soborné con unos dineros a cambio de que dejara el servicio y se retirara al pueblo que la vio nacer y a la que volvía a esperar la muerte, que dada su avanzada edad, no tardaría en tocar a su puerta. Así lo hizo, le pidió al deán permiso para dejar su servicio por las razones que le argumenté. Lo entendió y muy a su pesar mosén Artuto se despidió de Juana.
     A la salida de la misa de la tarde me hice la encontradiza con el deán y le conté que acababa de llegar a la capital y que buscaba trabajo para instalarme. Cayó como un pardillo, me contó que su sirvienta de toda la vida se había despedido y que su casa era mi puesto de trabajo, si era de mi gusto. (...) CONTINUARÁ

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